El nuevo poemario de Ana Sánchez Huéscar, Pequeña (Bajamar editores, 2024) se erige como un viaje íntimo hacia los territorios más frágiles de la memoria. La poeta abre las puertas de su infancia con una sinceridad que conmueve, y desde allí reconstruye los paisajes emocionales que marcaron su crecimiento. A través de un lenguaje preciso y de imágenes que brillan por su sobriedad, se adentra en la luminosidad de los primeros años: los juegos, la inocencia, la mirada fascinada ante el mundo y el refugio cálido de la familia: "En el dormitorio hay un frigorífico / una mesita y dos camas. / Mi hermano duerme en una. / Mi hermana y yo ocupamos otra. / A veces, el frigo se abre a medianoche. / [...] Yo percibo un olor a mandarinas / escalando hacia la lámpara, / el resquebrajamiento de las cortinas / y la respiración del hielo, / modificando todos los sones / del silencio / en la ciudad congelada."
Sin embargo, la autora no evita las zonas de sombra. Uno de los núcleos más dolorosos del libro es la evocación del abuso cometido por un profesor, un episodio narrado con enorme pudor pero también con una fuerza que desarma. La poeta no cae en el morbo ni en la exposición gratuita; por el contrario, transforma el trauma en materia poética, mostrando cómo aquel impacto quebró su relación con el cuerpo y el deseo. Los versos, lejos de victimizarla, siguen la línea del autoconocimiento: la exploración de una herida que, aunque no desaparece, deja de gobernar su identidad: "Pequeña, / el fin del principio se acerca. / Soy un punto negro infinito que rasga / con uñas de felpa una silueta de humo. / Luego el destino me negará hijos / y asomada al dolor gritaré hacia adentro. / Pero aún no. / Antes, un sucio maestro / me arrancará el cuerpo de niña / para entregárselo a la lascivia."
El padre, muy presente en el recuerdo y en el presente, es uno de los ejes vertebradores del poemario. Su figura funciona como una contracorriente que arrastra nostalgia y preguntas sin respuesta: "Cuido de Papá. / Le plancho la ropa, / relleno con lavanda su frasco de colonia, / no le cuento a Mamá que lo he visto en el bar. / [...] Mi padre es un niño, un mecánico, / un hombre con mi primer apellido. / Es el hijo que no tendré, / el amor que nada espera."
Uno de los mayores logros del libro es el modo en que la autora enlaza estos elementos —infancia, dolor, amor, pérdida— para trazar el arco que la lleva a la adolescencia y posteriormente a la adultez. No se trata únicamente de un recuento biográfico, sino de una reflexión sobre cómo los recuerdos se transforman y cómo las cicatrices también pueden fundar una voz poética sólida. El tránsito hacia la madurez aparece como un proceso de reconstrucción: aprender a habitar el propio cuerpo, reconciliarse con la intimidad y encontrar un lenguaje que permita nombrar lo que antes solo se podía callar: "La sombra, el peso, la mancha. / La mano de los hombres quema / y repugno el deseo y lo siento / y me refugio en el amor. / Amo y temo. / Vergüenza y honor. / Hablar es vencer; / si lo cuento al fin / morirá la culpa."
Pequeña es, en última instancia, un acto de valentía y de lucidez. En él, Ana Sánchez Huéscar convierte su historia en una experiencia compartible, en un espejo donde quienes han atravesado el dolor, la pérdida o el crecimiento abrupto pueden reconocerse. Su escritura, contenida pero intensa, demuestra que la poesía no solo es memoria: es también una forma de sanar y de reclamar el derecho a contar la propia vida.
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