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lunes, 8 de diciembre de 2025

"Alma de cebolla", de M. Carmen Sánchez Monserrate

Alma de cebolla (Valparaíso, 2025), de M. Carmen Sánchez Monserrate explora los territorios que han marcado su trayectoria vital. Desde los primeros versos se percibe una escritura lúcida, consciente de la herida y de la plenitud, que entiende la poesía no solo como expresión estética, sino como una manera de ordenar la memoria y reconciliarse con las distintas versiones de sí misma.

Uno de los ejes centrales es el amor, abordado en sus dos vertientes: el que correspondió y dejó huella luminosa, y el que no llegó a florecer o se deshizo en silencios. Sánchez Monserrate transita ambos espacios sin melodrama, revelando que cada vínculo —por fallido o intenso que haya sido— permite comprender algo esencial sobre el deseo, la entrega y la distancia: "Echo de menos encontrar cada retazo de tu alma / en los ojos que me miran profundos, / mientras tus labios acarician cada esquina de mi ser. / [...] ¡Cuando te extraño, amor, cuando no estás paseando sobre mi piel!" ("Cuerpos").

Otra temática que sobresale es la relación madre-hija y la maternidad presentada no como destino idealizado, sino como vivencia compleja y transformadora. Hay poemas que celebran la ternura cotidiana, la presencia que sostiene, el milagro simple de ver crecer a otro ser; otros, en cambio, examinan las renuncias, los miedos y la redefinición de la identidad. 
M. Carmen logra articular una visión honesta y profundamente humana, alejándose tanto de los tópicos dulcificados como de la visión sacrificada y monolítica: "Me gustaría verme en tus ojos siempre, con la misma / claridad que ahora. / Me gustaría que el tiempo no borrara la límpida pupila / que reflejas en la mía, / que los años venideros no mancharan la nítida verdad / que trasluces al mirarte. / Deseo para ti que el tiempo, tu tiempo, te sea grato / y te quiera, / que cuide de ti como una madre; [...] y que, / cuando las hojas caigan y las flores se marchiten, / sigas mirando adelante con la luz clara que reflejan / tus pupilas. / La misma con la que me veo ahora, / la misma con la que me miras cada día. ("Lucía").

En conjunto, Alma de cebolla destaca por su lingüística depurada, imágenes precisas y una musicalidad que acompaña el movimiento emocional de cada texto. El poemario no pretende ofrecer certezas; más bien invita a acompañar a la autora en su gesto de mirar hacia dentro y encontrar, en lo cotidiano y en lo vivido, la materia misma de la poesía.

Es una obra que conmueve por su verdad y que dialoga con cualquier lector o lectora sobre la vida, porque esta es, en definitiva, la labor del poeta.

Fernando Mañogil Martínez. 

viernes, 5 de diciembre de 2025

"Bajo el cadáver del poema", de José Antonio Pamies

 El poemario de José Antonio Pamies (Cox, 1981), Bajo el cadáver del poema (Ed. Averso 2024), se despliega como un diario de estaciones inmóviles, una suerte de cartografía íntima donde cada día parece repetirse con la precisión de un péndulo. Sin embargo, la aparente monotonía que atraviesa los versos no es mero tedio: es una forma de resistencia, una manera de conservar los contornos de la experiencia cuando el tiempo, implacable, intenta desdibujarlos. Pamies convierte esa repetición en un espejo que devuelve no solo rutina, sino ecos de una vida que se mira a sí misma para no perderse: "Sumergida y rota / en los espejos de la calle / avanza la existencia / y su obstinado engaño, / otoñal devenir / de la página en blanco, / ceniza en la memoria, / vacíos campos, / este abúlico verbo / hoy señala una piel / incapaz de encender / la vida de los años, / grandes hojas caen, / sutil fracaso."

El dolor por el paso del tiempo late con una sobriedad contenida. No hay dramatismo ni excesos, sino una melancolía transparente que va erosionando las imágenes hasta dejarlas al borde del silencio. Esa erosión es también la materia del libro: cada poema parece escrito con la conciencia de que el instante ya se ha ido mientras se escribe, y esa fugacidad dota al texto de una vulnerabilidad conmovedora: "Ha transcurrido el día / y en su urgencia de fuego / se ha esfumado la realidad, / nada termina en su morada / que no podamos olvidar / al declinar la tarde, / no hay nada que puedas hacer / para detener el tiempo/ o retener la rosa, / el porvenir no llega nunca, / es el miedo lo que agota / y la muerte acecha sin avisar, / ninguna piedra recordará tu nombre, / duerme a salvo del tiempo mientras puedas."

Uno de los ejes más potentes es la reflexión sobre el lenguaje. Aquí las palabras no son refugio, sino un territorio quebradizo donde el poeta tantea a oscuras. Se evidencia la sospecha de que el lenguaje es insuficiente para nombrar el mundo y, a la vez, es la única herramienta que queda para intentar reconstruirlo. Ese vacío verbal, lejos de volverse un obstáculo, funciona como impulso poético: la escritura avanza precisamente desde la falta, desde la conciencia de que siempre habrá algo que no podrá decirse: "Anochece, / y los vocablos flotan / en un mar de páginas vacías, / lucho conmigo / hasta encontrar el verso que me salve, / pero solo hay cansancio y ruina, / y una esperanza placentera / de cruzar ese umbral/ que separa el día del sueño."

La fragilidad de la poesía —su naturaleza efímera, su incapacidad de detener el tiempo— se vuelve entonces el corazón del libro. Cada texto parece a punto de desaparecer, como si estuviera hecho de ceniza o de luz demasiado tenue, y es justamente esa precariedad la que lo vuelve tan humano. Bajo el cadáver del poema no pretende ofrecer respuestas ni consuelos, sino acompañar al lector en la experiencia de habitar un mundo que se deshace mientras buscamos maneras de nombrarlo: "Instalado en la nada / de esta existencia oblicua / brindas por aceptar / el simulacro de la vida, / con un vago recuerdo / de luz entre los pájaros/ soportas el tictac."

En conjunto, es una obra íntima, delicada y lúcida, que transforma la repetición en rito, la pérdida en memoria, el silencio en una forma de verdad. Un libro que no se lee para obtener certezas, sino para aprender a escuchar lo que queda cuando todo lo demás se vuelve ruido.

Fernando Mañogil Martínez. 

jueves, 4 de diciembre de 2025

"Comerás flores" de Lucía Solla Sobral

 En Comerás flores (Ed. Libros del Asteroide, 2025) Lucía Solla Sobral construye una historia íntima y punzante sobre los vínculos que dañan sin dejar marcas visibles. La novela sigue a Marina, una joven de veintiséis años que se enamora de Jaime, un hombre veinte años mayor cuya aparente serenidad y madurez esconden una forma de violencia silenciosa que va erosionando la identidad de la protagonista.


Lejos de recurrir a escenas explícitas, la novela revela el abuso de forma gradual: los silencios calculados, los comentarios aparentemente inocentes que minan la autoestima, el control disfrazado de preocupación. La autora logra transmitir cómo, a través de gestos sutiles y una presencia que se vuelve asfixiante, Jaime moldea el espacio emocional de Marina hasta convertirlo en un territorio donde ella duda de cada decisión y de sí misma.

La narración destaca por su tono fresco, poético, contenido y su ritmo por momentos fulgurante, que reflejan la dinámica psicológica del vínculo. Marina, narra en primera persona, ofrece un retrato honesto de su confusión y de la dificultad de identificar un abuso que no deja moretones, pero sí cicatrices interiores. Su evolución —desde la fascinación inicial hasta una lenta toma de conciencia— resulta uno de los aspectos más poderosos de la obra.
A lo largo de la novela, la figura del padre fallecido adquiere un peso simbólico fundamental. Para Marina, su recuerdo funciona como un faro interior: un ser de luz cuya ternura, consejos y forma honesta de amar contrastan con la relación opresiva que vive en el presente. Solla Sobral utiliza estos destellos de memoria no solo para profundizar en la psicología de la protagonista, sino también para mostrar cómo el amor sano —aunque ya no esté— puede convertirse en un punto de referencia emocional. En los momentos de mayor confusión, Marina se aferra a esas enseñanzas paternas, que actúan como un mapa silencioso hacia su propia dignidad y hacia lo que merece.

La presencia del padre, entonces, no es la de un fantasma que la retiene, sino la de un vínculo luminoso que la impulsa a recordar quién es. Su memoria se vuelve parte esencial del proceso de tomar conciencia, un recordatorio íntimo de que la libertad y el respeto no son aspiraciones abstractas, sino realidades que alguna vez conoció y que puede volver a construir.

Comerás flores no solo explora una relación tóxica, sino también la recuperación del yo tras años de manipulación emocional. La novela invita a reflexionar sobre cómo la violencia puede presentarse en formas silenciosas y socialmente invisibles, y sobre la importancia de nombrarla para poder romper con ella. El recorrido interior de Marina se orienta hacia una comprensión cada vez más clara de lo que significa vivir en libertad. A medida que reconoce la naturaleza dañina de la relación, también empieza a vislumbrar la posibilidad de un espacio propio, lejos de las dinámicas que la han ido empequeñeciendo. Esa toma de conciencia —lenta, frágil, pero profundamente transformadora— se convierte en el eje emocional de la obra. Más que un punto de llegada, la libertad aparece como un horizonte necesario para que Marina pueda reencontrarse consigo misma, recuperar su voz y comenzar a imaginar una vida en la que su identidad no esté filtrada por el miedo ni la manipulación. La novela, así, plantea la emancipación emocional no como un hecho aislado, sino como un proceso vital imprescindible para volver a reconocerse. Un libro íntimo, incómodo y profundamente necesario.

Fernando Mañogil Martínez. 

lunes, 1 de diciembre de 2025

"Pequeña", de Ana Sánchez Huéscar

 El nuevo poemario de Ana Sánchez Huéscar, Pequeña (Bajamar editores, 2024) se erige como un viaje íntimo hacia los territorios más frágiles de la memoria. La poeta abre las puertas de su infancia con una sinceridad que conmueve, y desde allí reconstruye los paisajes emocionales que marcaron su crecimiento. A través de un lenguaje preciso y de imágenes que brillan por su sobriedad, se adentra en la luminosidad de los primeros años: los juegos, la inocencia, la mirada fascinada ante el mundo y el refugio cálido de la familia: "En el dormitorio hay un frigorífico / una mesita y dos camas. / Mi hermano duerme en una. / Mi hermana y yo ocupamos otra. / A veces, el frigo se abre a medianoche. / [...] Yo percibo un olor a mandarinas / escalando hacia la lámpara, / el resquebrajamiento de las cortinas / y la respiración del hielo, / modificando todos los sones / del silencio / en la ciudad congelada."


Sin embargo, la autora no evita las zonas de sombra. Uno de los núcleos más dolorosos del libro es la evocación del abuso cometido por un profesor, un episodio narrado con enorme pudor pero también con una fuerza que desarma. La poeta no cae en el morbo ni en la exposición gratuita; por el contrario, transforma el trauma en materia poética, mostrando cómo aquel impacto quebró su relación con el cuerpo y el deseo. Los versos, lejos de victimizarla, siguen la línea del autoconocimiento: la exploración de una herida que, aunque no desaparece, deja de gobernar su identidad: "Pequeña, / el fin del principio se acerca. / Soy un punto negro infinito que rasga / con uñas de felpa una silueta de humo. / Luego el destino me negará hijos / y asomada al dolor gritaré hacia adentro. / Pero aún no. / Antes, un sucio maestro / me arrancará el cuerpo de niña / para entregárselo a la lascivia."

El padre, muy presente en el recuerdo y en el presente, es uno de los ejes vertebradores del poemario. Su figura funciona como una contracorriente que arrastra nostalgia y preguntas sin respuesta: "Cuido de Papá. / Le plancho la ropa, / relleno con lavanda su frasco de colonia, / no le cuento a Mamá que lo he visto en el bar. / [...] Mi padre es un niño, un mecánico, / un hombre con mi primer apellido. / Es el hijo que no tendré, / el amor que nada espera."

Uno de los mayores logros del libro es el modo en que la autora enlaza estos elementos —infancia, dolor, amor, pérdida— para trazar el arco que la lleva a la adolescencia y posteriormente a la adultez. No se trata únicamente de un recuento biográfico, sino de una reflexión sobre cómo los recuerdos se transforman y cómo las cicatrices también pueden fundar una voz poética sólida. El tránsito hacia la madurez aparece como un proceso de reconstrucción: aprender a habitar el propio cuerpo, reconciliarse con la intimidad y encontrar un lenguaje que permita nombrar lo que antes solo se podía callar: "La sombra, el peso, la mancha. / La mano de los hombres quema / y repugno el deseo y lo siento / y me refugio en el amor. / Amo y temo. / Vergüenza y honor. / Hablar es vencer; / si lo cuento al fin / morirá la culpa."

Pequeña es, en última instancia, un acto de valentía y de lucidez. En él, Ana Sánchez Huéscar convierte su historia en una experiencia compartible, en un espejo donde quienes han atravesado el dolor, la pérdida o el crecimiento abrupto pueden reconocerse. Su escritura, contenida pero intensa, demuestra que la poesía no solo es memoria: es también una forma de sanar y de reclamar el derecho a contar la propia vida.

Fernando Mañogil Martínez. 

sábado, 22 de noviembre de 2025

"El dolor o tu nombre", de Manuel Pérez Martín

 El poemario de Manuel Pérez Martín, El dolor o tu nombre (Ed. Averso, 2024) se despliega como un cuaderno íntimo donde la melancolía y la esperanza conviven sin estridencias, respirando en versos que oscilan entre la pérdida y la posibilidad. La voz poética transita un amor que ya no está, y lo hace con una delicadeza que no elude el dolor, pero tampoco se regodea en él: lo observa, lo escucha, lo nombra con una serenidad que conmueve: "El viento ha estado / castigando las ventanas / toda la noche. / Ha vapuleado las paredes, / ha fundido las bombillas, / ha arrancado los cimientos / de mi cama. / [...] He amanecido / en el sofá tiritando / de amargura." ("Acotación").

Cada poema parece escrito al borde de un recuerdo, como si el poeta caminara por los restos de un pasado aún tibio. Sin embargo, lo que podría ser un territorio oscuro se ilumina con una sensibilidad que invita a seguir leyendo: pequeños destellos —una mirada nueva, una noche distinta, una palabra inesperada— revelan que incluso en el duelo hay semillas de renacimiento.

La obra encuentra su mayor fuerza en la segunda parte ("Tu nombre"), en esa dialéctica entre la herida y el horizonte. El amor perdido no se presenta como un final definitivo, sino como una estación más en un viaje emocional que continúa. Hay una búsqueda sutil, casi involuntaria, de aquello que podría llegar: un amor que no reemplaza, sino que acompaña; que no borra, sino que suma: "No creo en nada / ni en la literatura / ni en la lluvia, / ni en los globos aerostáticos / ni en el bricolaje. / En nada creo, ni en mí siquiera. / Melibeo soy." ("Tragicomedia").

En su conjunto, el poemario es un refugio para quienes han amado y han perdido, pero también para quienes, aun con cicatrices, aceptan volver a abrir la puerta: "A mi voz le pesa la armadura / abollada de los días. / Apenas se sostiene sobre /el quejido inaudible del final / de la jornada. / Sin embargo tu voz es capaz / de ahuyentar la niebla, / de darle forma al barro, / de iluminar los rincones/ más huraños del invierno." ("Tu voz vestido de ti").
Estamos, pues, ante un libro que duele, un libro que se debate entre la culpa y la redención, un recordatorio de que la vida no se detiene en lo que se pierde, sino que se reinventa con lo que aún puede encontrarse.

Fernando Mañogil Martínez. 

viernes, 14 de noviembre de 2025

"Puerto sin mar", de Esther Abellán

 El nuevo poemario de Esther Abellán, Puerto sin mar (Chamán ediciones, 2025), se erige como un canto desgarrado y, al mismo tiempo, luminoso, sobre la pérdida y la resistencia. Su núcleo simbólico —la desecación del mar— atraviesa cada verso como una herida abierta: el mar que retrocede, que se convierte en desierto, refleja no solo la devastación ecológica sino también la humana. Allí donde antes hubo agua, vida y movimiento, el yo poético encuentra silencio, ruina y abandono: "El mar crujió bajo los pies / como una madera seca / que rompe los silencios / como gritos acunados/ en el balcón del alma. / Los símbolos rozaron / el lenguaje del agua / y se quedaron dormidos / para serenar los cuerpos."


A través de imágenes intensas y una voz que oscila entre la denuncia y la contemplación, el libro entrelaza la desaparición del paisaje con otras pérdidas contemporáneas: el amor, el desahucio, la migración forzada, la fractura de los vínculos. El mar seco se convierte en metáfora de todas las sequías que padece el ser humano —la emocional, la social, la espiritual—, en una geografía común de la desposesión: "Miré fijamente el paisaje / hasta sentir la inmensidad rota en mi garganta. / Observé que la línea del mar se dibujaba en el asfalto / envuelta y astillada en los pulmones. / Mi corazón se aferró a la esperanza del viaje de Ulises / y los esturiones me inundaron los ojos / y las lágrimas volaron sobre las olas / para escribir frente a un puerto sin mar / plagado de deseos y ficciones."

Sin embargo, en medio de esa aridez, el poemario no se entrega al nihilismo. La palabra poética, como una semilla que resiste entre las grietas, germina en esperanza. Hay destellos de recuperación, de solidaridad, de una naturaleza que, aunque herida, conserva su pulso. Esther Abellán parece decirnos que la vida no desaparece del todo: se transforma, se esconde, busca nuevas formas de agua: "En el gran muelle desierto y frío / aparece la nativa de fuego y salitre / de alma viva y enigmas tubulares / paisaje de hornacina seca y almíbar. / Carne de ultramar descubridora de dioses. / Como pez de lomos plateados y lunares / transita con esperanza y dulzura. / Sus pies echan raíces y vuelve el mar / como si nunca se hubiese ido."

Con un lenguaje sobrio pero cargado de potencia simbólica, Puerto sin mar consigue que la catástrofe y la ternura coexistan. Su lectura deja una huella doble: la del dolor compartido y la del impulso por renacer. Es un poemario que invita a mirar el vacío, pero también a escuchar el rumor subterráneo de lo que todavía puede florecer.

Fernando Mañogil Martínez. 

viernes, 7 de noviembre de 2025

"Herida y ventana", de Fernando Parra Nogueras

La nueva novela de mi admirado amigo Fernando Parra Nogueras, con el sugerente título de Herida y ventana (Ed. Funambulista 2025), nos invita a acompañar a su alter ego que, tras caer en una profunda depresión, decide retirarse a la casa de sus abuelos, ya fallecidos, en un pequeño pueblo de la serranía andaluza. Desde ese paisaje de calma y distancia, intenta recomponer su mente, ordenar sus ideas y encontrar una salida al laberinto emocional en el que se ha perdido.


El relato, construido con una prosa limpia y contenida, se adentra en los pliegues de la mente con una sinceridad poco habitual. No hay sentimentalismo ni dramatización, sino una mirada lúcida sobre el sufrimiento y la lenta tarea de reconstruirse. El entorno rural —con sus silencios, su luz y sus rutinas— actúa como espejo y contrapunto del mundo interior del protagonista, dibujando una geografía del alma tan precisa como el paisaje que la rodea.

En medio de ese retiro emerge Bea, la esposa, como figura clave del relato. Su presencia se erige en símbolo de esperanza y guía, una suerte de Beatrice contemporánea que, como en la Divina comedia de Dante, conduce al protagonista fuera del infierno emocional. No desde la trascendencia, sino desde la humanidad más sencilla: el amor, la paciencia, la comprensión.

La novela logra, con sutileza y hondura, hablar de la salud mental sin clichés ni concesiones, reivindicando el poder sanador de la palabra y la compañía. Es una historia de caída y redención, pero también un canto al amor como brújula en tiempos de oscuridad.

Con esta obra, mi querido tocayo confirma una madurez narrativa y una sensibilidad capaces de convertir el dolor en belleza. Una novela luminosa sobre la fragilidad y la esperanza, ambientada en un rincón de Andalucía donde el silencio, lejos de ser vacío, se vuelve promesa de renacimiento.

Amigo, lo has vuelto a hacer. Tú también eres de remontadas épicas.

Fernando Mañogil Martínez.