El último poemario de Patricia Crespo, Un solo árbol (Ed. Milenio, 2024), presenta una profunda densidad simbólica y filosófica, donde la creación no es solo tema sino método. Desde las primeras páginas, el lector se adentra en un bosque —literal y metafórico— que funciona como matriz del lenguaje, del cuerpo y del mundo. Este poemario es un territorio donde la naturaleza no sirve como escenario, sino como principio generador de sentido: “Un árbol puede / señalar la encrucijada / pero no el destino, / aunque crezca sobre mi tumba.”
El libro se divide en dos secciones: “El cuerpo” y “El bosque”, cada sección corresponde a un momento de ese devenir, con un ritmo interno que emula los latidos de una conciencia cósmica. Patricia Crespo escribe con una voz que se enraíza en la materia del mundo, pero que al mismo tiempo asciende hacia lo abstracto, como si los árboles mismos pensaran y hablaran: “Las raíces del árbol derribado/ niegan, / niegan la tierra a la que se les unció, cuando ven el sol / por primera vez. / Así te niego yo.” (“Negaciones”).
Uno de los grandes logros del poemario es su reflexión sobre lo real desde una perspectiva corporal: no hay metafísica sin carne, ni pensamiento que no atraviese el tacto, la sangre, el deseo. El cuerpo —femenino, animal, vegetal— es tratado como una extensión del paisaje, y viceversa: “La experiencia es un vaso roto, / leche derramada sobre el cuerpo. / La conciencia del dolor tiembla / —sobre el cristal ardiente— / se anticipa la escisión.” (“Fragmentación”).
La permeabilidad entre ser y entorno, entre percepción y materia es un continuum a lo largo del poemario. La creación poética se vive aquí como una fusión radical entre interioridad y exterioridad, como una experiencia que no distingue entre nervio y raíz.
La filosofía que subyace a Un solo árbol no es discursiva sino vivida. Más cercana al pensamiento de Merleau-Ponty o de los presocráticos que a cualquier teoría sistemática, Patricia Crespo encarna una mirada onto-poética del mundo. El poema no dice “algo sobre” el ser: el poema es una forma del ser: “De pronto la bruma de un amanecer besa / las puntas de las yemas de un tilo o un avellano / y descubro la noche en la madera vieja / que me hace hoguera y cierto resto de árbol.”
En suma, Un solo árbol es, un florilegio de piezas breves construidas desde la reflexión íntima, casi metafísica, una obra que exige una lectura atenta y una disposición sensorial plena. No es un poemario para leer con prisa, sino para habitar, para posarse en sus ramas y observar desde sus raíces.
Fernando Mañogil Martínez
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