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sábado, 22 de noviembre de 2025

"El dolor o tu nombre", de Manuel Pérez Martín

 El poemario de Manuel Pérez Martín, El dolor o tu nombre (Ed. Averso, 2024) se despliega como un cuaderno íntimo donde la melancolía y la esperanza conviven sin estridencias, respirando en versos que oscilan entre la pérdida y la posibilidad. La voz poética transita un amor que ya no está, y lo hace con una delicadeza que no elude el dolor, pero tampoco se regodea en él: lo observa, lo escucha, lo nombra con una serenidad que conmueve: "El viento ha estado / castigando las ventanas / toda la noche. / Ha vapuleado las paredes, / ha fundido las bombillas, / ha arrancado los cimientos / de mi cama. / [...] He amanecido / en el sofá tiritando / de amargura." ("Acotación").

Cada poema parece escrito al borde de un recuerdo, como si el poeta caminara por los restos de un pasado aún tibio. Sin embargo, lo que podría ser un territorio oscuro se ilumina con una sensibilidad que invita a seguir leyendo: pequeños destellos —una mirada nueva, una noche distinta, una palabra inesperada— revelan que incluso en el duelo hay semillas de renacimiento.

La obra encuentra su mayor fuerza en la segunda parte ("Tu nombre"), en esa dialéctica entre la herida y el horizonte. El amor perdido no se presenta como un final definitivo, sino como una estación más en un viaje emocional que continúa. Hay una búsqueda sutil, casi involuntaria, de aquello que podría llegar: un amor que no reemplaza, sino que acompaña; que no borra, sino que suma: "No creo en nada / ni en la literatura / ni en la lluvia, / ni en los globos aerostáticos / ni en el bricolaje. / En nada creo, ni en mí siquiera. / Melibeo soy." ("Tragicomedia").

En su conjunto, el poemario es un refugio para quienes han amado y han perdido, pero también para quienes, aun con cicatrices, aceptan volver a abrir la puerta: "A mi voz le pesa la armadura / abollada de los días. / Apenas se sostiene sobre /el quejido inaudible del final / de la jornada. / Sin embargo tu voz es capaz / de ahuyentar la niebla, / de darle forma al barro, / de iluminar los rincones/ más huraños del invierno." ("Tu voz vestido de ti").
Estamos, pues, ante un libro que duele, un libro que se debate entre la culpa y la redención, un recordatorio de que la vida no se detiene en lo que se pierde, sino que se reinventa con lo que aún puede encontrarse.

Fernando Mañogil Martínez. 

viernes, 14 de noviembre de 2025

"Puerto sin mar", de Esther Abellán

 El nuevo poemario de Esther Abellán, Puerto sin mar (Chamán ediciones, 2025), se erige como un canto desgarrado y, al mismo tiempo, luminoso, sobre la pérdida y la resistencia. Su núcleo simbólico —la desecación del mar— atraviesa cada verso como una herida abierta: el mar que retrocede, que se convierte en desierto, refleja no solo la devastación ecológica sino también la humana. Allí donde antes hubo agua, vida y movimiento, el yo poético encuentra silencio, ruina y abandono: "El mar crujió bajo los pies / como una madera seca / que rompe los silencios / como gritos acunados/ en el balcón del alma. / Los símbolos rozaron / el lenguaje del agua / y se quedaron dormidos / para serenar los cuerpos."


A través de imágenes intensas y una voz que oscila entre la denuncia y la contemplación, el libro entrelaza la desaparición del paisaje con otras pérdidas contemporáneas: el amor, el desahucio, la migración forzada, la fractura de los vínculos. El mar seco se convierte en metáfora de todas las sequías que padece el ser humano —la emocional, la social, la espiritual—, en una geografía común de la desposesión: "Miré fijamente el paisaje / hasta sentir la inmensidad rota en mi garganta. / Observé que la línea del mar se dibujaba en el asfalto / envuelta y astillada en los pulmones. / Mi corazón se aferró a la esperanza del viaje de Ulises / y los esturiones me inundaron los ojos / y las lágrimas volaron sobre las olas / para escribir frente a un puerto sin mar / plagado de deseos y ficciones."

Sin embargo, en medio de esa aridez, el poemario no se entrega al nihilismo. La palabra poética, como una semilla que resiste entre las grietas, germina en esperanza. Hay destellos de recuperación, de solidaridad, de una naturaleza que, aunque herida, conserva su pulso. Esther Abellán parece decirnos que la vida no desaparece del todo: se transforma, se esconde, busca nuevas formas de agua: "En el gran muelle desierto y frío / aparece la nativa de fuego y salitre / de alma viva y enigmas tubulares / paisaje de hornacina seca y almíbar. / Carne de ultramar descubridora de dioses. / Como pez de lomos plateados y lunares / transita con esperanza y dulzura. / Sus pies echan raíces y vuelve el mar / como si nunca se hubiese ido."

Con un lenguaje sobrio pero cargado de potencia simbólica, Puerto sin mar consigue que la catástrofe y la ternura coexistan. Su lectura deja una huella doble: la del dolor compartido y la del impulso por renacer. Es un poemario que invita a mirar el vacío, pero también a escuchar el rumor subterráneo de lo que todavía puede florecer.

Fernando Mañogil Martínez. 

viernes, 7 de noviembre de 2025

"Herida y ventana", de Fernando Parra Nogueras

La nueva novela de mi admirado amigo Fernando Parra Nogueras, con el sugerente título de Herida y ventana (Ed. Funambulista 2025), nos invita a acompañar a su alter ego que, tras caer en una profunda depresión, decide retirarse a la casa de sus abuelos, ya fallecidos, en un pequeño pueblo de la serranía andaluza. Desde ese paisaje de calma y distancia, intenta recomponer su mente, ordenar sus ideas y encontrar una salida al laberinto emocional en el que se ha perdido.


El relato, construido con una prosa limpia y contenida, se adentra en los pliegues de la mente con una sinceridad poco habitual. No hay sentimentalismo ni dramatización, sino una mirada lúcida sobre el sufrimiento y la lenta tarea de reconstruirse. El entorno rural —con sus silencios, su luz y sus rutinas— actúa como espejo y contrapunto del mundo interior del protagonista, dibujando una geografía del alma tan precisa como el paisaje que la rodea.

En medio de ese retiro emerge Bea, la esposa, como figura clave del relato. Su presencia se erige en símbolo de esperanza y guía, una suerte de Beatrice contemporánea que, como en la Divina comedia de Dante, conduce al protagonista fuera del infierno emocional. No desde la trascendencia, sino desde la humanidad más sencilla: el amor, la paciencia, la comprensión.

La novela logra, con sutileza y hondura, hablar de la salud mental sin clichés ni concesiones, reivindicando el poder sanador de la palabra y la compañía. Es una historia de caída y redención, pero también un canto al amor como brújula en tiempos de oscuridad.

Con esta obra, mi querido tocayo confirma una madurez narrativa y una sensibilidad capaces de convertir el dolor en belleza. Una novela luminosa sobre la fragilidad y la esperanza, ambientada en un rincón de Andalucía donde el silencio, lejos de ser vacío, se vuelve promesa de renacimiento.

Amigo, lo has vuelto a hacer. Tú también eres de remontadas épicas.

Fernando Mañogil Martínez.