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domingo, 10 de agosto de 2025

'La comedia de la carne', de Carlos Pardo

Después de diez años de "silencio poético", Carlos Pardo nos sorprende con La comedia de la carne (La Bella Varsovia, 2025), en este poemario, el amor aparece como un territorio minado: a veces campo de batalla, otras un escenario tragicómico donde las promesas se disfrazan de eternidad, pero caducan antes de tiempo. Pardo recorre distintas perspectivas del sentimiento: el deseo inicial que arde y enceguece, el desencanto que se filtra como agua fría por las rendijas, y la herida que, en lugar de cerrarse, aprende a convivir con nosotros: 

Avanza todo al paso

de una epifanía.

Y esta, por lo común,

empieza con la decepción.


Decepcionarse te libera

tan rápido del miedo

a errar, a ser incomprendido

o tan solo a perder.


La decepción es una libertad.


(Fragmento de "Decepcionarse")


La tristeza aparece a menudo, pero no es constante ni asfixiante: se aligera con destellos de ironía, como si la voz poética guiñara un ojo al lector para decirle “sí, duele… pero no vamos a fingir que no tiene algo de ridículo”. Esa ironía, lejos de trivializar el dolor, lo vuelve más humano: permite reconocer que el amor es un asunto serio, pero también una obra de teatro donde nadie recuerda bien su papel:


Hemos vivido muchos días juntos.


Hasta ponernos malos por

una intoxicación 

ha sido la oportunidad

de conocernos más

y vivir en la cama.


Hoy me recuerda los inicios

de nuestro amor. No es una

sucesión de señales

del destino sino

el más destartalado erial.


Yo no estuve ni fui

su verdadero amigo nunca.


(Fragmento de "Después de los mejores días juntos")


Con un lenguaje que oscila entre lo íntimo y lo punzante, estos poemas capturan la fragilidad del vínculo afectivo y la manera en que, incluso en la pérdida, buscamos sentido en los gestos pequeños, las anécdotas mínimas y las frases malgastadas. Es un libro para quienes saben que el amor, en cualquiera de sus formas, siempre deja una mezcla incómoda de nostalgia y risa.

El broche de oro es el último poema, eje y corazón del libro, el tiempo se despliega como un mapa inmenso: comienza en los orígenes de la Tierra, cuando todo era magma y promesa, y avanza hasta la actualidad, donde la modernidad late entre pantallas y ruido. Cada verso es una capa geológica: en las primeras, se siente el peso de la creación y el misterio de lo que nace; en las últimas, una superficie erosionada por siglos de búsquedas inconclusas.

Carlos Pardo no se limita a narrar el paso de los años, sino que lo experimenta como una línea que une la grandeza de lo elemental con la pequeñez de nuestras rutinas. La ironía asoma entre las grietas: se sugiere que, a pesar de tanta historia acumulada, hemos habitado este tiempo “vacíos”, como si la herencia del universo fuera demasiado vasta para nuestras manos frágiles.

El poema condensa el espíritu del conjunto: la tristeza de lo que se pierde sin siquiera haberlo poseído del todo, y la extraña belleza de mirarnos desde lejos, como una especie que ha pasado por eras enteras para terminar preguntándose por el sentido de su propia sombra:


La tierra


tiene una edad aproximada

de cuatro mil quinientos millones de años.


La vida en la tierra

comenzó hace tres mil o cuatro mil

millones de años,

dependiendo de qué consideremos vida.


Los homínidos tienen una antigüedad

de cuatro a siete millones de años,

según qué definamos como homínido bípedo;

los Homo, tan sólo

dos millones y medio.


El primer Homo sapiens,

eso que somos, aparece

doscientos mil años atrás.


Hasta el diez mil antes de Cristo

baila, se aburre y hay quien aventura

que para entonces ya ha inventado

la religión. El Homo vive

feliz cazando al fresco.


La cosa acelera un poco antes del

cuarto milenio antes de Cristo:

la escritura, la rueda, las ciudades,

el comercio, la guerra y la decoración

de templos.

                 Es decir,

ciento noventa mil de nomadismo

recolector, caza abundante y frío

glacial, sin escasez y sin malaria

(sin las enfermedades de vivir apiñado),


y apenas

seis mil (o siete mil) años de Historia,

de convivir con la basura,

el ahorro y los recuerdos.


Mientras el hombre caza, la mujer

descubre la fermentación,

inventa la cerveza y, de paso, la química,

los telares y las manufacturas;


y el dibujo rupestre,

donde cada animal es único.


Ciento noventa mil años

sin dobles sentidos,

con una confianza literal

en el símbolo

que a veces

pone en riesgo la vida:


por ejemplo si nos alimentamos

de la hermosura de una flor azul.


Ciento noventa mil años sin arte

ni comedia romántica

ni verdadera poesía.


Sólo seis mil años de Historia.


Seis millones: un mono

baja del árbol con andares

desordenados. Dos millones:

un rostro familiar.


Ya hay moscas en el Pérmico.


Es imposible no sentir predilección

por los años vacíos.


("Ya hay moscas en el Pérmico")

(Poema íntegro extraído de: https://luvina.com.mx/ya-hay-moscas-en-el-parmico-carlos-pardo/ )


Fernando Mañogil Martínez. 


jueves, 7 de agosto de 2025

'El gran amor', de Andrés García Cerdán

El gran amor (Visor, XXVII Premio Generación del 27, 2025) es un canto sereno y vital que se alza en medio del ruido del presente. Lejos del cinismo o la desesperanza, Andrés García Cerdán opta por una mirada clara, casi contemplativa, con la que recorre el mundo y la naturaleza no como simple escenario, sino como una fuente inagotable de sentido.

Con una voz limpia y sin afectación, García Cerdán celebra lo esencial: el ritmo secreto de la vida cotidiana. Hay en estos versos una conciencia del milagro de existir, una ética de la atención y del asombro. La naturaleza, descrita con una delicadeza que evita lo grandilocuente, se convierte en refugio frente a la violencia —esa otra fuerza que el poeta nombra solo para negarla, para marcar distancia:


Hablaba todo el mundo 

de todo,

pero todo era silencio en todo.

Tanto bullicio para qué.


Ahorcada en los semáforos 

moría la verdad,

esto es, todo lo que 

tiene que ver con la belleza.


Ya no olían a nada los limones:

dónde su cristal amarillo,

el jugo de su hermoso ácido.


Tanta caducidad, 

tanta mentira, 

etcétera. 

(Fragmento de "Mentiras, mentiras")


El rechazo de la violencia no es panfleto ni consigna: es una elección estética y moral. El poema, entonces, se convierte en un espacio de resistencia suave pero firme, donde la belleza no es evasión sino afirmación de vida.

Entre las imágenes más conmovedoras del libro se encuentran aquellas dedicadas al hijo. La paternidad no aparece idealizada, sino como una forma concreta del amor: una presencia que transforma, que arraiga, que da sentido. El poeta no observa al hijo desde una distancia paternalista, sino que se deja interpelar por su mirada, por su fragilidad, por su capacidad de renovar el asombro ante el mundo:


Mira, Teo. Aún hay gorriones.

Es septiembre y se mueven

a tu lado. Los últimos 

gorriones.

Se hacen 

con un trozo de pan y vuelan cerca,

un poco, apenas unos metros,

y desde ahí te observan: te conocen.

(...)

Si aparecen, si vienen hasta ti,

es porque saben

que tú eres su hermano. Míralos:

su eternidad, 

su asombro, 

su alegría. 

En cada salto, el gran amor

del mundo,

una celebración del equilibrio.

Han venido a cantar contigo. Canta

con ellos. Dales pan, dales un nombre.


(Fragmento de "Mira, Teo")


Otro aspecto destacable del poemario es la importancia que se le da a la palabra, la cual no solo nombra el mundo: lo reinventa. Cada verso es una declaración de fe en el lenguaje, en su capacidad de capturar lo fugitivo, de darle forma a lo inefable, de rescatar la belleza de su silencio.

La voz poética parece decirnos que, en un mundo cada vez más ruidoso y fragmentado, aún es posible detenerse, observar, nombrar… y al hacerlo, salvar algo de lo perdido. La poesía, en este sentido, se vuelve no solo testimonio, sino forma de resistencia. Frente a la brutalidad o la indiferencia, este libro defiende la belleza como una forma de verdad, y la palabra como su instrumento más noble

El poeta se acerca a la realidad con una conciencia aguda de que todo lo visible —la luz, el cuerpo, la flor, la lluvia— necesita ser dicho para existir plenamente. Nombrar no es aquí un gesto utilitario, sino un acto casi sagrado. La palabra se vuelve puente entre el mundo y el asombro, entre la experiencia y su sentido profundo:


Adoro ese hierbajo 

que hunde su raíz en las baldosas

o se estira en los techos de uralita

como si ahí

fuera a encontrar el cielo. 

(...)

Ante este éxtasis vulgar,

ante el temblor de lo invisible, 

morir de amor.


Malditos sean los mezquinos 

los que van por ahí ajenos 

a la fragilidad.


(Fragmento de "Alturas")


En tiempos oscuros, este libro elige la luz. Y no una luz ingenua o decorativa, sino aquella que se filtra entre las grietas, que persiste a pesar de todo, la luz amorosa, el gran amor de los seres queridos y la imponente naturaleza.


Fernando Mañogil Martínez. 

viernes, 1 de agosto de 2025

'Mis fantasmas', de Juan Pablo Zapater

Mis fantasmas (Visor, 2019, XLV Premio Ciudad de Burgos) es un poemario íntimo y evocador donde Juan Pablo Zapater, con una voz madura y a veces desgarrada, se sumerge en las aguas profundas de la memoria. Es un reencuentro con los fantasmas del pasado: la infancia como un territorio perdido, las mujeres amadas que dejaron huellas imborrables, y el yo fragmentado que intenta reconstruirse entre lo que fue y lo que anhela ser:

Cada cual a su modo,
en el siglo azaroso en que le toca
ser actor de este mundo,
lo comienza a escribir sobre las tablas
del primer escenario de sus días.

El libro queda abierto y después llega
el tiempo a numerar sus blancas hojas,
donde lápices nuevos se deslizan 
trazando esos dibujos inocentes
que imitan a la vida, los renglones
torcidos que los años, poco a poco,
con su paso enderezar.

(Fragmento de "El libro de la vida")

A través de una poesía sobria pero cargada de imágenes, el poeta traza un mapa emocional de su vida, donde cada poema funciona como una estación de tren abandonada, con ecos de risas lejanas, promesas rotas y momentos de revelación. La nostalgia no se impone como un lamento, sino como una herramienta de autoconocimiento. La infancia aparece no solo como un recuerdo dulce o melancólico, sino como el germen de todas las dudas y certezas que vendrán. Las mujeres que cruzan estos versos no son meras musas, sino figuras complejas: madres, amantes, ausencias que dialogan con la voz poética desde distintos planos de la realidad:

Si resbalo a tus pies, cuando te veo
calzada con las últimas sandalias 
que le robaste al aire
o vistiendo por puro desafío
tus tacones violentos que convocan 
a los ángeles rotos de la noche,
es para distinguir las dos mujeres
que en tu cuerpo se ocultan.

Dos hembras diferentes, dos versiones
opuestas pero al fin complementarias,
continencia y lujuria, paz y guerra,
corazón de caricia y latigazo,
relámpago del sol sobre la nieve, 
así, ciego en tu luz, yo te deseo.

(Fragmento de "Dos mujeres")


Uno de los grandes logros del poemario es su capacidad para construir un puente entre el ser que fue —herido, curioso, a veces ciego— y el que será: más consciente, pero también más vulnerable. La poesía, en este sentido, se convierte en un espejo retrovisor, pero también en una brújula que apunta hacia la muerte:

Nada nuevo respira 
bajo la calma luna,
lo que debió nacer está en el mundo
y lo que no nació, nunca ha existido.

Amparado en la noche
hay un ser que se sabe, como otros,
herido de metralla por el tiempo,
que ha perdido soldados y batallas
y aguarda en la trinchera,
con las balas mojadas, la rendición final.

("Nada nuevo bajo la luna")

Con un estilo que oscila entre lo confesional y lo simbólico, el autor logra hacer de lo personal algo universal. Sus versos nos recuerdan que todos llevamos dentro un archivo de sombras, un mundo de fantasmas que, en algún momento, necesitamos revisar para seguir adelante. Mis fantasmas es, así, una obra luminosa en su oscuridad, y profundamente humana en su dolorosa honestidad.

domingo, 27 de julio de 2025

La trayectoria poética de Berta García Faet: entre la sensibilidad contemporánea y la subversión del lenguaje

Hace unos días acabé mis lecturas y anotaciones sobre la poesía de Berta García Faet, he aquí mis conclusiones:

En el contexto de la poesía española del siglo XXI, la figura de Berta García Faet (Valencia, 1988) representa una irrupción singular por su capacidad de conjugar elementos heterogéneos —como lo afectivo, lo político, lo kitsch y lo metapoético— en una voz lírica reconocible, lúdica y formalmente arriesgada. Su obra, que se desarrolla desde finales de la primera década del 2000, ha ido consolidándose como un referente de la sensibilidad poética millennial, sin por ello perder densidad crítica ni exigencia estética.

Los primeros libros de García Faet, recogidos en Corazón tradicionalista: Poesía 2008–2011', ya mostraban una orientación poética marcada por el descentramiento del yo, la hibridez estilística y una voluntad de renovación del registro sentimental. La poeta se vale de estrategias como la autocita, el humor autoconsciente o la mezcla de niveles lingüísticos para construir un sujeto lírico fragmentado, que tematiza su propia fragilidad sin ceder a la solemnidad:

Lo sé: eres brontofóbica y frágil,
una conquistadora nata pero, en el fondo,
brontofóbica y frágil, un ser de deseo.
Tienes la costumbre estúpida e insana
de, cuando no crees en el amor (siempre en verano),
burlarte cruelmente de esa ex-creencia;
de, cuando crees en el amor, compadecerte
de los días del sí: dices tú fuera, placebo emético:

tú fuera
de mi cuerpo: fuera
a tu valle de carótidas y ojitos de chantaje psicológico.

Así –lo sé muy bien– pasas la vida
desde un lado
reprendiendo al otro lado
(aunque también lo entiendes);
me tengo para siempre, te repites.

Pero
decir distimia no la suprime,
decir océano no lo suprime.

Como muchos labios-huracanes de este mundo,
vas en bicicleta
con qué sé yo qué fosforitas esperanzas.
Como la mayoría de los Tribunales Constitucionales
de Europa,
eres reactiva: calibras
los conjuntos y subconjuntos de los colores ajenos:
incluyes los deseos ajenos
en tus pulcras ecuaciones interiores
(son hipótesis);
caminas
(por no morirte)
alegremente: brontofóbica y frágil, sin embargo
musical
y espartana
(por no morirte: entiende esto: por no morirte).

(Fragmento de "Fundamentos de la agridulce ciclotimia")

La ironía, en esta etapa, no opera como negación de la emoción, sino como mecanismo de defensa frente a un lenguaje lírico heredado que la poeta parece querer deconstruir desde dentro. El resultado es una poesía aparentemente ligera, pero cargada de dislocaciones discursivas y crítica cultural.


Con La edad de merecer (2015), García Faet alcanza una mayor cohesión formal y una claridad lírica que no renuncia a la complejidad del yo poético. El amor, más allá de ser un motivo recurrente, se propone aquí como núcleo ético, como una forma de resistencia frente a la alienación y la precariedad emocional. El poema se convierte en espacio de negociación entre la subjetividad individual y el deseo de comunidad afectiva:

Creer que estás embarazada

Querer sexo (querer que quieran sexo
contigo) pero pasar el viernes sola

Ponerte en el pellejo de la hermana de Celan
que nunca apareció

Ver llorar a un anciano
que ha visto un reportaje en la televisión pública
sobre el abandono de ancianos; su triste párpado
               de repente
chasquea

Ir al ginecólogo y decir
creo que estoy embarazada

Desmayarte de nervios y dolor; el doctor te hipnotiza
con su insulto feroz “no sé por qué, querida,
te duele tanto este dilatador: es
para vírgenes”

Decirle a tu madre
he ido al ginecólogo
porque creía que estaba embarazada

Ah, ¿ya mantenéis relaciones sexuales completas?
Y sin precauciones, estoy decepcionada

Ver que tu madre está decepcionada, tu
madre está
decepcionada

Ponerte en el pellejo de Celan
que jamás encontró a su hermana
imaginaria

Ponerte en el pellejo de Giséle porque
Celan intentó estrangularla porque
jamás encontró a su hermana
imaginaria

Querer gustarle pero él te dice
si quieres vamos a mi cuarto o a tu cuarto

Lleváis apenas 10 minutos
con los besos no te fías
de él

Querer sexo pero no fiarse

Ah, ¿pero querías algo auténtico?
Y sin precauciones, estoy decepcionado

Me dijiste que tenías el corazón atado
al tobillo

Lo siento lo solté un momento me dormí
y se me escapó

Es un desobediente
Muy mal muy mal pídele perdón al chico

Perdón

chico

("Daño 18")

Desde el punto de vista estilístico, este libro profundiza en la fusión de registros cultos y coloquiales, e intensifica la musicalidad del verso libre. García Faet demuestra un dominio del ritmo y de la imagen poética que refuerza la dimensión performativa de su escritura.

En Los salmos fosforitos (2017), la poeta radicaliza su apuesta formal y temáticamente subraya su filiación con una tradición visionaria y transgresora. El título, que remite irónicamente al lenguaje bíblico, ya sugiere la tensión entre trascendencia y parodia que recorre toda la obra. El uso de un léxico desbordante, brillante, incluso hiperbólico, sitúa a este libro como uno de los puntos más altos de su trayectoria.

El lenguaje funciona aquí como materia viva, inestable, que se resiste a ser domesticada por formas tradicionales. Hay una voluntad clara de interpelar al lector desde lo emocional, pero también desde lo ideológico, al problematizar la construcción de género, los vínculos afectivos y los lenguajes del poder, al modo del César Vallejo de 'Trilce':

Toda depresión es topográfica.

Meteoritos que laten.

En el locus amoenus de

mi carne,

trüena un lobo feroz.

Ejido puntillista! Minimizo mayúsculas!

Rubores encarnados, ab-

undantes, undantes. Ya estamos otra vez

en The Miriam Hospital, ya estamos

otra vez

en la sala de espera. Locus tenebrosus,

                            cuando las avenidas están completamente a oscuras     

loca loca loca pero no, tranquila! Soy

 

o estoy

tranquila, créeme! Me tomo mis meteoritos

como me han mandado.

Lato. Puedo decir

“puedo decir que ya pasó,

porque estoy tomándome mis meteoritos”?

(Fragmento del poema "LVII")


En libros posteriores como Una pequeña personalidad linda (2021) y Corazonada (2023), García Faet continúa explorando la relación entre escritura e identidad. En particular, Corazonada —una recopilación selectiva organizada en estaciones— propone una autolectura crítica de su propio recorrido poético, permitiendo observar los ritmos y las obsesiones que atraviesan su obra: el corazón como símbolo ambivalente, la infancia como lugar de la pérdida y del juego, la belleza como categoría inestable:


Mi más querido Adam Zagajewski:

estás en la terraza que ya comienza a helarse,
amigablemente charlas con un bigote húngaro
sobre la Ley de las Consecuencias Imprevistas
de la Siempre Embarazosa Acción Humana y Europea
que enunció Robert Merton;
mencionas a Anna Frank
y toses.

Mientras, estás en la Residencia de Estudiantes;
yo, embobada y fértil en la primera fila,
tomo nota de cómo escribir néctar y polen
sin renunciar al sentido de lo trágico:
lo alegre y lo insoluble y el amor sin ortodoxia
y algo más bello aún: lo bello inútil.

Tú no lo sabes —porque transitas,
porque trasladas
poemas
en rutas, sedas—,
pero mi cólico nefrítico se está fraguando in situ;
mi emoción
en castellano viejo
cuando dices Infancia, sangre, días festivos
en polaco,
hay que verla…

(Fragmento de "Charla con Adam Zagajewski que charla con Friedrich Nietzsche en la terraza del sanatorio")

En conclusión, la trayectoria poética de Berta García Faet puede leerse como un proceso de expansión y desplazamiento constante. Desde sus inicios, marcados por una sensibilidad híbrida y una escritura autoconsciente, hasta sus últimas publicaciones, donde la reflexión metapoética y la apuesta formal se intensifican, García Faet ha desarrollado una poética coherente en su pluralidad. Su obra ofrece una crítica del lenguaje poético tradicional a través de la reapropiación irónica y afectiva de sus signos, y una apuesta por la belleza entendida no como orden, sino como intensidad, rareza y fragilidad compartida. Sin lugar a dudas es, para mí, una de las voces a tener en cuenta en los próximos años.

Fernando Mañogil Martínez. 

miércoles, 23 de julio de 2025

Reseña sobre 'La cercanía de lo extraño', de Javier Puig

 El nuevo libro de Javier Puig es una colección de relatos que exploran con sutileza y profundidad las capas más movedizas de la percepción humana. En estos cuentos, no hay certezas absolutas ni narradores omniscientes que conduzcan al lector por senderos seguros. Todo se mueve: los límites del yo, el recuerdo, la verdad y, sobre todo, la conciencia.

Los personajes que habitan estas páginas transitan entre momentos de lúcida revelación y caídas interiores que rozan la derrota existencial. En un relato, un hombre descubre que un viejo y triunfador amigo de la infancia ha caído en la indigencia; en otro, un hombre percibe dos versiones simultáneas de su realidad diaria, sin saber cuál es más verdadera... El autor no busca respuestas, sino encender preguntas. ¿Hasta qué punto vemos lo que realmente hay? ¿Cuándo empieza la locura y cuándo termina la conciencia?

Encontramos seres solitarios, desorientados, como si hubieran sido arrojados a un mundo que no termina de reconocerlos. Cada relato funciona como una estación perdida en el mapa, un rincón donde la existencia se vuelve introspectiva, frágil y, por momentos, luminosa en su melancolía.

Los protagonistas de estos cuentos no gritan: susurran. Son personas comunes intentando encontrar un sentido en medio del ruido del mundo moderno o en la quietud de lo cotidiano.

La soledad, uno de los temas capitales, no se presenta aquí como un castigo, sino como una condición inevitable del ser. Y sin embargo, hay belleza en ese vacío. Javier Puig logra capturar los momentos en que el aislamiento se convierte en espejo, en campo de batalla o en refugio.

En definitiva, 'La cercanía de lo extraño' es una lectura que nos invita a la introspección, recomendable para quienes se sienten atraídos por la literatura que ahonda en los pliegues de la mente humana. Más que relatos, son espejos rotos donde el lector ve fragmentos de sí mismo reflejados con inquietante precisión.


Fernando Mañogil Martínez 

viernes, 18 de julio de 2025

Reseña sobre el poemario 'Todavía una noche', de Aroa Moreno Durán

 El último poemario de Aroa Moreno Durán se construye como una suerte de cartografía emocional que atraviesa la biografía de una mujer, pero que no se agota en la experiencia individual. Cada texto es "un fragmento que entrelaza la vivencia personal con los grandes temas de la literatura: el miedo, la maternidad, el cuerpo, el deseo, las pérdidas, y esas intuiciones fugaces que emergen de los paisajes cotidianos."

Con una voz poética honesta y afinada, la autora convierte lo íntimo en resonancia colectiva. No hay impostación ni exceso, sino un lenguaje depurado que sabe dejar espacio al silencio y a lo no dicho. El poemario se mueve entre la evocación sensorial y la introspección lúcida, explorando el cuerpo no solo como territorio erótico o materno, sino también como archivo de memorias, de heridas y de transformaciones:


El hijo de los dos,

la densidad de un deseo,

ha llamado a la puerta y ella ha abierto.

¿Cómo has llegado hasta aquí, dragón?

¿Quién te ha traído a este norte?

Sus ciento diez centímetros de hombre decidido

han pisado la casa,

ha doblegado el espacio y el tiempo del salón.

Ha reconocido el vasto territorio de los nómadas.

Allí hay una piscina, le ha dicho la madre, señalando por la ventana,

como si nunca el desvelo o la esperanza,

como si nunca el temblor o la alegría,

como si no las estrías ni el latido,

donde tendrás amigos y las tardes

no nos asfixiarán en los agostos.

El pequeño hijo ha trazado la luz con su mano todavía pequeña.

Ha creado las sombras necesarias.

Ha medido la urgencia del verano.

Ha contado la mitad exacta de sus cosas...

("El deshielo")


El final de un encuentro amoroso, la ambivalencia de los afectos, la fragilidad de las certezas o la luz inesperada que se cuela entre lo cotidiano, aparecen con fuerza pero sin estridencia. Hay algo del haiku en ciertos pasajes: una mirada que se posa sobre lo mínimo, y desde ahí despliega toda una reflexión emocional:


Cuando compramos esa casa amarilla

y la pintamos de rojo,

nos hicimos una foto en la puerta

que enviamos a toda la familia,

a todos los amigos.

Pero yo también envié un mensaje secreto

donde escribí:

destrucción mutua asegurada.

("La cosa roja")


¿Cuál es el corazón de la manzana?

¿Es la carne, es el hueso o el gusano?

("El hambre")

Este conjunto de 32 poemas que nos presenta Aroa no pretende dar respuestas, sino más bien acompañar al lector en ese recorrido inevitable que es vivir con los ecos del deseo, las caídas, las pequeñas revelaciones. Un libro que, dentro de su miscelánea biopaisajística, se deja mirar más de una vez, y en cada lectura muestra una idea nueva, una emoción distinta.

 Fernando Mañogil Martínez. 

martes, 15 de julio de 2025

Reseña de 'Batman ha dejado de quererte', de Alberto Torres Blandina

'Batman ha dejado de quererte' es un poemario que se despliega como un conjunto de misivas incendiarias, cargadas de una lucidez filosa y un ánimo provocador. Su autor construye un dispositivo poético que funciona como manifiesto, sátira y espejo roto de la sociedad contemporánea:

Ikea es el sueño de Fausto
el sueño de vivir mil estanterías EXPEDIT
y cambiar cada año la mesa LACK
aunque solo sea de color
Fausto insatisfecho
que vendió su alma a Mefistófenes porque ser Fausto le sabía a poco (...)
¿Eres feliz Fausto?
es lo que siempre habías deseado
vender a tu madre por un nuevo televisor...


Desde una erudición que nunca pesa pero siempre se intuye, estos textos se mueven con soltura entre referencias filosóficas, culturales y literarias que van de Platón a Nietzsche, de Marx a Adam Smith sin caer en el academicismo ni en el guiño gratuito. En lugar de ello, cada carta-poema desarma, con un lenguaje aparentemente llano y contundente, nociones como la moral, la religión, el amor, el progreso o el arte, exponiendo sus grietas con un sarcasmo que hiere y libera a la vez:

Y Nietzche dijo Hágase la luz
y el mundo siguió en tinieblas 
a la sombra del gran Dios que no pudo matar
de un Dios obeso (...)
Nietzche acabó queriendo follarse a su hermana
perdido -como todos- en la oscuridad de Dios...


Formalmente, el poemario huye de las estructuras previsibles. Mezcla verso libre, prosa poética y hasta el tono epistolar de la diatriba o la confesión, sin pudor alguno por la etiqueta poética. La irreverencia estilística va de la mano con el contenido: no hay aquí concesiones al buen gusto ni a la corrección política. Esta es poesía que incomoda, que parodia el sermón y dinamita los discursos establecidos desde dentro:

No te creas nada de lo que te digan
la chica de la curva no es un fantasma
es solo una prostituta rumana con una silla plegable
que se sienta a esperar camioneros (...)
es mentira que a cierta edad llega un paquete por correo certificado
y dentro encontramos el libro con las instrucciones de la vida
olvídate ese manual no existe 
nunca te convertirás en adulto
serás eternamente un niño atrapado en un cuerpo que se mustia
nunca sabrás lo que hay que saber...

Cada poema se presenta como una carta que nadie pidió, pero todos necesitan leer. La crítica social es feroz: el neoliberalismo, la hipocresía moral, la alienación digital y la cultura del consumo son abordadas con una ironía devastadora. No obstante, el autor no cae en el panfleto: detrás de cada ataque hay una reflexión honda, una ética del cuestionamiento, una voluntad de empujar al lector más allá de sus certezas:

haz dominadas sin camiseta, tira la limosna al suelo para que los pobres se agachen
ten cachorritos y enséñales, mi príncipe 
como yo te enseñaré
que todo está bien
que todo está perfecto
que vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Y punto.

("El suicida")

En resumen, 'Batman ha dejado de quererte' es un libro que no busca agradar, sino despertar. Su fuerza radica en la combinación de una inteligencia incisiva, una postura ética clara y una libertad expresiva que desborda los márgenes del género. Un poemario necesario en tiempos donde decir la verdad con belleza ya no basta: también hay que decirla con rabia, humor y desobediencia.

Fernando Mañogil Martínez. 

viernes, 11 de julio de 2025

Reseña de 'El fruto siempre verde', de Manuel Astur.

Manuel Astur nos sorprende con este poemario de hondura lírica y mirada trascendente, nos invita a transitar un territorio liminal donde lo bello y lo cruel se funden en una danza inquietante. Desde sus primeros versos, la voz poética se ve sacudida por imágenes que irrumpen como relámpagos desde una exterioridad que no busca consuelo, sino verdad: 

Temo que tras el golpe llegue el silencio

que tras el diluvio quede la gota constante

capaz de horadar la roca

el desconsuelo.

Ahora temo el jardín vacío

y el sol naranja, todavía

no ha llegado el verano y

ya lamento el invierno.

("Temor")

 Esta belleza —dura, casi mineral— parece llegar desde algún punto distante, cargada de recuerdos no del todo apagados, heridas apenas cicatrizadas, momentos de fugaz plenitud que hoy regresan como espectros luminosos:

Mi madre me contó que, cuando era niña,

unos hombres que partían leña

cogieron una gallina blanca que pasaba por allí,

la pusieron sobre un tocón 

y de un hachazo le cortaron la cabeza.

Después, dejaron que el cuerpo siguiera andando

hasta que, al cabo de unos metros, cayó muerta.

Todos se reían.

Atardecía. Olía a resina y a tierra húmeda.

Había golondrinas. El cielo

se oxidaba como una manzana pelada.

El repicar de la campana de la pequeña iglesia

caminaba por el valle como una vaca que regresa a la 

cuadra.

La eternidad se lavaba los pies cansados en el arroyo...

("Los bromistas")

Sin embargo, lo que podría hundir al poeta en la melancolía o el cinismo, se transforma en este libro en una suerte de alquimia emocional. Entre las grietas del dolor, el autor deja filtrar una luz distinta: instantes en que el alma parece suspender su duelo y hallar una forma nueva de estar en el mundo. Es en esta tensión entre el recuerdo punzante y la aceptación serena donde el poemario alcanza su mayor fuerza:


Alguien nacerá mañana y será alguien,

muchos nacerán el lunes

y serán personas dueñas de tu mundo,

que te juzguen, que te odien,

que te lean, que alguien nacerá

mañana cuando ni ellos ni yo estemos...

("El fruto siempre verde")


Hay en estas páginas una sabiduría ganada a pulso, que no niega el desgarro ni romantiza la experiencia. El poeta comprende, finalmente, que incluso la amarga caída del fruto siempre verde de la vida —imagen central del libro, tan rica en matices— es parte del ciclo que da sentido. La eternidad no está en la permanencia, sino en la atención con que se vive cada tránsito.

Obra madura, intensa y vulnerable a la vez, este poemario se convierte en un espejo que devuelve al lector no sólo el reflejo de sus pérdidas, sino también la posibilidad de reconciliación.


Fernando Mañogil Martínez.