Cada cual a su modo,
en el siglo azaroso en que le toca
ser actor de este mundo,
lo comienza a escribir sobre las tablas
del primer escenario de sus días.
El libro queda abierto y después llega
el tiempo a numerar sus blancas hojas,
donde lápices nuevos se deslizan
trazando esos dibujos inocentes
que imitan a la vida, los renglones
torcidos que los años, poco a poco,
con su paso enderezar.
(Fragmento de "El libro de la vida")
A través de una poesía sobria pero cargada de imágenes, el poeta traza un mapa emocional de su vida, donde cada poema funciona como una estación de tren abandonada, con ecos de risas lejanas, promesas rotas y momentos de revelación. La nostalgia no se impone como un lamento, sino como una herramienta de autoconocimiento. La infancia aparece no solo como un recuerdo dulce o melancólico, sino como el germen de todas las dudas y certezas que vendrán. Las mujeres que cruzan estos versos no son meras musas, sino figuras complejas: madres, amantes, ausencias que dialogan con la voz poética desde distintos planos de la realidad:
Si resbalo a tus pies, cuando te veo
calzada con las últimas sandalias
que le robaste al aire
o vistiendo por puro desafío
tus tacones violentos que convocan
a los ángeles rotos de la noche,
es para distinguir las dos mujeres
que en tu cuerpo se ocultan.
Dos hembras diferentes, dos versiones
opuestas pero al fin complementarias,
continencia y lujuria, paz y guerra,
corazón de caricia y latigazo,
relámpago del sol sobre la nieve,
así, ciego en tu luz, yo te deseo.
(Fragmento de "Dos mujeres")
Uno de los grandes logros del poemario es su capacidad para construir un puente entre el ser que fue —herido, curioso, a veces ciego— y el que será: más consciente, pero también más vulnerable. La poesía, en este sentido, se convierte en un espejo retrovisor, pero también en una brújula que apunta hacia la muerte:
Nada nuevo respira
bajo la calma luna,
lo que debió nacer está en el mundo
y lo que no nació, nunca ha existido.
Amparado en la noche
hay un ser que se sabe, como otros,
herido de metralla por el tiempo,
que ha perdido soldados y batallas
y aguarda en la trinchera,
con las balas mojadas, la rendición final.
("Nada nuevo bajo la luna")
Con un estilo que oscila entre lo confesional y lo simbólico, el autor logra hacer de lo personal algo universal. Sus versos nos recuerdan que todos llevamos dentro un archivo de sombras, un mundo de fantasmas que, en algún momento, necesitamos revisar para seguir adelante. Mis fantasmas es, así, una obra luminosa en su oscuridad, y profundamente humana en su dolorosa honestidad.
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