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martes, 15 de julio de 2025

Reseña de 'Batman ha dejado de quererte', de Alberto Torres Blandina

'Batman ha dejado de quererte' es un poemario que se despliega como un conjunto de misivas incendiarias, cargadas de una lucidez filosa y un ánimo provocador. Su autor construye un dispositivo poético que funciona como manifiesto, sátira y espejo roto de la sociedad contemporánea:

Ikea es el sueño de Fausto
el sueño de vivir mil estanterías EXPEDIT
y cambiar cada año la mesa LACK
aunque solo sea de color
Fausto insatisfecho
que vendió su alma a Mefistófenes porque ser Fausto le sabía a poco (...)
¿Eres feliz Fausto?
es lo que siempre habías deseado
vender a tu madre por un nuevo televisor...


Desde una erudición que nunca pesa pero siempre se intuye, estos textos se mueven con soltura entre referencias filosóficas, culturales y literarias que van de Platón a Nietzsche, de Marx a Adam Smith sin caer en el academicismo ni en el guiño gratuito. En lugar de ello, cada carta-poema desarma, con un lenguaje aparentemente llano y contundente, nociones como la moral, la religión, el amor, el progreso o el arte, exponiendo sus grietas con un sarcasmo que hiere y libera a la vez:

Y Nietzche dijo Hágase la luz
y el mundo siguió en tinieblas 
a la sombra del gran Dios que no pudo matar
de un Dios obeso (...)
Nietzche acabó queriendo follarse a su hermana
perdido -como todos- en la oscuridad de Dios...


Formalmente, el poemario huye de las estructuras previsibles. Mezcla verso libre, prosa poética y hasta el tono epistolar de la diatriba o la confesión, sin pudor alguno por la etiqueta poética. La irreverencia estilística va de la mano con el contenido: no hay aquí concesiones al buen gusto ni a la corrección política. Esta es poesía que incomoda, que parodia el sermón y dinamita los discursos establecidos desde dentro:

No te creas nada de lo que te digan
la chica de la curva no es un fantasma
es solo una prostituta rumana con una silla plegable
que se sienta a esperar camioneros (...)
es mentira que a cierta edad llega un paquete por correo certificado
y dentro encontramos el libro con las instrucciones de la vida
olvídate ese manual no existe 
nunca te convertirás en adulto
serás eternamente un niño atrapado en un cuerpo que se mustia
nunca sabrás lo que hay que saber...

Cada poema se presenta como una carta que nadie pidió, pero todos necesitan leer. La crítica social es feroz: el neoliberalismo, la hipocresía moral, la alienación digital y la cultura del consumo son abordadas con una ironía devastadora. No obstante, el autor no cae en el panfleto: detrás de cada ataque hay una reflexión honda, una ética del cuestionamiento, una voluntad de empujar al lector más allá de sus certezas:

haz dominadas sin camiseta, tira la limosna al suelo para que los pobres se agachen
ten cachorritos y enséñales, mi príncipe 
como yo te enseñaré
que todo está bien
que todo está perfecto
que vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Y punto.

("El suicida")

En resumen, 'Batman ha dejado de quererte' es un libro que no busca agradar, sino despertar. Su fuerza radica en la combinación de una inteligencia incisiva, una postura ética clara y una libertad expresiva que desborda los márgenes del género. Un poemario necesario en tiempos donde decir la verdad con belleza ya no basta: también hay que decirla con rabia, humor y desobediencia.

Fernando Mañogil Martínez. 

viernes, 11 de julio de 2025

Reseña de 'El fruto siempre verde', de Manuel Astur.

Manuel Astur nos sorprende con este poemario de hondura lírica y mirada trascendente, nos invita a transitar un territorio liminal donde lo bello y lo cruel se funden en una danza inquietante. Desde sus primeros versos, la voz poética se ve sacudida por imágenes que irrumpen como relámpagos desde una exterioridad que no busca consuelo, sino verdad: 

Temo que tras el golpe llegue el silencio

que tras el diluvio quede la gota constante

capaz de horadar la roca

el desconsuelo.

Ahora temo el jardín vacío

y el sol naranja, todavía

no ha llegado el verano y

ya lamento el invierno.

("Temor")

 Esta belleza —dura, casi mineral— parece llegar desde algún punto distante, cargada de recuerdos no del todo apagados, heridas apenas cicatrizadas, momentos de fugaz plenitud que hoy regresan como espectros luminosos:

Mi madre me contó que, cuando era niña,

unos hombres que partían leña

cogieron una gallina blanca que pasaba por allí,

la pusieron sobre un tocón 

y de un hachazo le cortaron la cabeza.

Después, dejaron que el cuerpo siguiera andando

hasta que, al cabo de unos metros, cayó muerta.

Todos se reían.

Atardecía. Olía a resina y a tierra húmeda.

Había golondrinas. El cielo

se oxidaba como una manzana pelada.

El repicar de la campana de la pequeña iglesia

caminaba por el valle como una vaca que regresa a la 

cuadra.

La eternidad se lavaba los pies cansados en el arroyo...

("Los bromistas")

Sin embargo, lo que podría hundir al poeta en la melancolía o el cinismo, se transforma en este libro en una suerte de alquimia emocional. Entre las grietas del dolor, el autor deja filtrar una luz distinta: instantes en que el alma parece suspender su duelo y hallar una forma nueva de estar en el mundo. Es en esta tensión entre el recuerdo punzante y la aceptación serena donde el poemario alcanza su mayor fuerza:


Alguien nacerá mañana y será alguien,

muchos nacerán el lunes

y serán personas dueñas de tu mundo,

que te juzguen, que te odien,

que te lean, que alguien nacerá

mañana cuando ni ellos ni yo estemos...

("El fruto siempre verde")


Hay en estas páginas una sabiduría ganada a pulso, que no niega el desgarro ni romantiza la experiencia. El poeta comprende, finalmente, que incluso la amarga caída del fruto siempre verde de la vida —imagen central del libro, tan rica en matices— es parte del ciclo que da sentido. La eternidad no está en la permanencia, sino en la atención con que se vive cada tránsito.

Obra madura, intensa y vulnerable a la vez, este poemario se convierte en un espejo que devuelve al lector no sólo el reflejo de sus pérdidas, sino también la posibilidad de reconciliación.


Fernando Mañogil Martínez.