Una
luna ensortijada preside mi penitencia,
en
el último aliento no hay luces, ni sol, ni estrellas,
todo
se ha transmutado en luto, todo, a su vez, es hosco,
no
me encuentro en el espejo cuando impacta con mi rostro.
Una
niebla impenetrable, un imperio sin salida
que
ha dejado en esta duna los recuerdos de una vida,
ahora
zarpo hacia el silencio, hacia un túnel mal tapiado
que
ha dejado unos resquicios para enderezar mis pasos.
No
he heredado grandes reinos, ni riquezas, ni soldados
sólo
algún astro confuso que se pierde en el espacio.
No
he sacado beneficios de mis viajes a otras partes
me conformé
con ser libre entre las gentes más dispares.
Sé
el final de la película, porque está escrita en el alma,
nos
curamos las heridas para luego restaurarlas.
Somos
aves sin destino en un nido de culebras,
recorremos
los paisajes y cazamos gente buena.
Vivimos
con la familia hasta emanciparnos de la teta
y
darnos cuenta que la vida son claveles y reyertas,
mientras
tanto todo es útil, nos abruman con regalos,
no
pensamos más allá del juguete del armario.
La
infancia es el termómetro de nuestra felicidad patente
y
al compararla con ella sale perdiendo el presente;
yo
sólo puedo ser niño cuando quiero estar contento
y
el día que me llegue la hora que rememoren mi nacimiento.
Fernando Mañogil Martínez (Poema inédito)
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