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domingo, 10 de agosto de 2025

'La comedia de la carne', de Carlos Pardo

Después de diez años de "silencio poético", Carlos Pardo nos sorprende con La comedia de la carne (La Bella Varsovia, 2025), en este poemario, el amor aparece como un territorio minado: a veces campo de batalla, otras un escenario tragicómico donde las promesas se disfrazan de eternidad, pero caducan antes de tiempo. Pardo recorre distintas perspectivas del sentimiento: el deseo inicial que arde y enceguece, el desencanto que se filtra como agua fría por las rendijas, y la herida que, en lugar de cerrarse, aprende a convivir con nosotros: 

Avanza todo al paso

de una epifanía.

Y esta, por lo común,

empieza con la decepción.


Decepcionarse te libera

tan rápido del miedo

a errar, a ser incomprendido

o tan solo a perder.


La decepción es una libertad.


(Fragmento de "Decepcionarse")


La tristeza aparece a menudo, pero no es constante ni asfixiante: se aligera con destellos de ironía, como si la voz poética guiñara un ojo al lector para decirle “sí, duele… pero no vamos a fingir que no tiene algo de ridículo”. Esa ironía, lejos de trivializar el dolor, lo vuelve más humano: permite reconocer que el amor es un asunto serio, pero también una obra de teatro donde nadie recuerda bien su papel:


Hemos vivido muchos días juntos.


Hasta ponernos malos por

una intoxicación 

ha sido la oportunidad

de conocernos más

y vivir en la cama.


Hoy me recuerda los inicios

de nuestro amor. No es una

sucesión de señales

del destino sino

el más destartalado erial.


Yo no estuve ni fui

su verdadero amigo nunca.


(Fragmento de "Después de los mejores días juntos")


Con un lenguaje que oscila entre lo íntimo y lo punzante, estos poemas capturan la fragilidad del vínculo afectivo y la manera en que, incluso en la pérdida, buscamos sentido en los gestos pequeños, las anécdotas mínimas y las frases malgastadas. Es un libro para quienes saben que el amor, en cualquiera de sus formas, siempre deja una mezcla incómoda de nostalgia y risa.

El broche de oro es el último poema, eje y corazón del libro, el tiempo se despliega como un mapa inmenso: comienza en los orígenes de la Tierra, cuando todo era magma y promesa, y avanza hasta la actualidad, donde la modernidad late entre pantallas y ruido. Cada verso es una capa geológica: en las primeras, se siente el peso de la creación y el misterio de lo que nace; en las últimas, una superficie erosionada por siglos de búsquedas inconclusas.

Carlos Pardo no se limita a narrar el paso de los años, sino que lo experimenta como una línea que une la grandeza de lo elemental con la pequeñez de nuestras rutinas. La ironía asoma entre las grietas: se sugiere que, a pesar de tanta historia acumulada, hemos habitado este tiempo “vacíos”, como si la herencia del universo fuera demasiado vasta para nuestras manos frágiles.

El poema condensa el espíritu del conjunto: la tristeza de lo que se pierde sin siquiera haberlo poseído del todo, y la extraña belleza de mirarnos desde lejos, como una especie que ha pasado por eras enteras para terminar preguntándose por el sentido de su propia sombra:


La tierra


tiene una edad aproximada

de cuatro mil quinientos millones de años.


La vida en la tierra

comenzó hace tres mil o cuatro mil

millones de años,

dependiendo de qué consideremos vida.


Los homínidos tienen una antigüedad

de cuatro a siete millones de años,

según qué definamos como homínido bípedo;

los Homo, tan sólo

dos millones y medio.


El primer Homo sapiens,

eso que somos, aparece

doscientos mil años atrás.


Hasta el diez mil antes de Cristo

baila, se aburre y hay quien aventura

que para entonces ya ha inventado

la religión. El Homo vive

feliz cazando al fresco.


La cosa acelera un poco antes del

cuarto milenio antes de Cristo:

la escritura, la rueda, las ciudades,

el comercio, la guerra y la decoración

de templos.

                 Es decir,

ciento noventa mil de nomadismo

recolector, caza abundante y frío

glacial, sin escasez y sin malaria

(sin las enfermedades de vivir apiñado),


y apenas

seis mil (o siete mil) años de Historia,

de convivir con la basura,

el ahorro y los recuerdos.


Mientras el hombre caza, la mujer

descubre la fermentación,

inventa la cerveza y, de paso, la química,

los telares y las manufacturas;


y el dibujo rupestre,

donde cada animal es único.


Ciento noventa mil años

sin dobles sentidos,

con una confianza literal

en el símbolo

que a veces

pone en riesgo la vida:


por ejemplo si nos alimentamos

de la hermosura de una flor azul.


Ciento noventa mil años sin arte

ni comedia romántica

ni verdadera poesía.


Sólo seis mil años de Historia.


Seis millones: un mono

baja del árbol con andares

desordenados. Dos millones:

un rostro familiar.


Ya hay moscas en el Pérmico.


Es imposible no sentir predilección

por los años vacíos.


("Ya hay moscas en el Pérmico")

(Poema íntegro extraído de: https://luvina.com.mx/ya-hay-moscas-en-el-parmico-carlos-pardo/ )


Fernando Mañogil Martínez. 


jueves, 7 de agosto de 2025

'El gran amor', de Andrés García Cerdán

El gran amor (Visor, XXVII Premio Generación del 27, 2025) es un canto sereno y vital que se alza en medio del ruido del presente. Lejos del cinismo o la desesperanza, Andrés García Cerdán opta por una mirada clara, casi contemplativa, con la que recorre el mundo y la naturaleza no como simple escenario, sino como una fuente inagotable de sentido.

Con una voz limpia y sin afectación, García Cerdán celebra lo esencial: el ritmo secreto de la vida cotidiana. Hay en estos versos una conciencia del milagro de existir, una ética de la atención y del asombro. La naturaleza, descrita con una delicadeza que evita lo grandilocuente, se convierte en refugio frente a la violencia —esa otra fuerza que el poeta nombra solo para negarla, para marcar distancia:


Hablaba todo el mundo 

de todo,

pero todo era silencio en todo.

Tanto bullicio para qué.


Ahorcada en los semáforos 

moría la verdad,

esto es, todo lo que 

tiene que ver con la belleza.


Ya no olían a nada los limones:

dónde su cristal amarillo,

el jugo de su hermoso ácido.


Tanta caducidad, 

tanta mentira, 

etcétera. 

(Fragmento de "Mentiras, mentiras")


El rechazo de la violencia no es panfleto ni consigna: es una elección estética y moral. El poema, entonces, se convierte en un espacio de resistencia suave pero firme, donde la belleza no es evasión sino afirmación de vida.

Entre las imágenes más conmovedoras del libro se encuentran aquellas dedicadas al hijo. La paternidad no aparece idealizada, sino como una forma concreta del amor: una presencia que transforma, que arraiga, que da sentido. El poeta no observa al hijo desde una distancia paternalista, sino que se deja interpelar por su mirada, por su fragilidad, por su capacidad de renovar el asombro ante el mundo:


Mira, Teo. Aún hay gorriones.

Es septiembre y se mueven

a tu lado. Los últimos 

gorriones.

Se hacen 

con un trozo de pan y vuelan cerca,

un poco, apenas unos metros,

y desde ahí te observan: te conocen.

(...)

Si aparecen, si vienen hasta ti,

es porque saben

que tú eres su hermano. Míralos:

su eternidad, 

su asombro, 

su alegría. 

En cada salto, el gran amor

del mundo,

una celebración del equilibrio.

Han venido a cantar contigo. Canta

con ellos. Dales pan, dales un nombre.


(Fragmento de "Mira, Teo")


Otro aspecto destacable del poemario es la importancia que se le da a la palabra, la cual no solo nombra el mundo: lo reinventa. Cada verso es una declaración de fe en el lenguaje, en su capacidad de capturar lo fugitivo, de darle forma a lo inefable, de rescatar la belleza de su silencio.

La voz poética parece decirnos que, en un mundo cada vez más ruidoso y fragmentado, aún es posible detenerse, observar, nombrar… y al hacerlo, salvar algo de lo perdido. La poesía, en este sentido, se vuelve no solo testimonio, sino forma de resistencia. Frente a la brutalidad o la indiferencia, este libro defiende la belleza como una forma de verdad, y la palabra como su instrumento más noble

El poeta se acerca a la realidad con una conciencia aguda de que todo lo visible —la luz, el cuerpo, la flor, la lluvia— necesita ser dicho para existir plenamente. Nombrar no es aquí un gesto utilitario, sino un acto casi sagrado. La palabra se vuelve puente entre el mundo y el asombro, entre la experiencia y su sentido profundo:


Adoro ese hierbajo 

que hunde su raíz en las baldosas

o se estira en los techos de uralita

como si ahí

fuera a encontrar el cielo. 

(...)

Ante este éxtasis vulgar,

ante el temblor de lo invisible, 

morir de amor.


Malditos sean los mezquinos 

los que van por ahí ajenos 

a la fragilidad.


(Fragmento de "Alturas")


En tiempos oscuros, este libro elige la luz. Y no una luz ingenua o decorativa, sino aquella que se filtra entre las grietas, que persiste a pesar de todo, la luz amorosa, el gran amor de los seres queridos y la imponente naturaleza.


Fernando Mañogil Martínez. 

viernes, 1 de agosto de 2025

'Mis fantasmas', de Juan Pablo Zapater

Mis fantasmas (Visor, 2019, XLV Premio Ciudad de Burgos) es un poemario íntimo y evocador donde Juan Pablo Zapater, con una voz madura y a veces desgarrada, se sumerge en las aguas profundas de la memoria. Es un reencuentro con los fantasmas del pasado: la infancia como un territorio perdido, las mujeres amadas que dejaron huellas imborrables, y el yo fragmentado que intenta reconstruirse entre lo que fue y lo que anhela ser:

Cada cual a su modo,
en el siglo azaroso en que le toca
ser actor de este mundo,
lo comienza a escribir sobre las tablas
del primer escenario de sus días.

El libro queda abierto y después llega
el tiempo a numerar sus blancas hojas,
donde lápices nuevos se deslizan 
trazando esos dibujos inocentes
que imitan a la vida, los renglones
torcidos que los años, poco a poco,
con su paso enderezar.

(Fragmento de "El libro de la vida")

A través de una poesía sobria pero cargada de imágenes, el poeta traza un mapa emocional de su vida, donde cada poema funciona como una estación de tren abandonada, con ecos de risas lejanas, promesas rotas y momentos de revelación. La nostalgia no se impone como un lamento, sino como una herramienta de autoconocimiento. La infancia aparece no solo como un recuerdo dulce o melancólico, sino como el germen de todas las dudas y certezas que vendrán. Las mujeres que cruzan estos versos no son meras musas, sino figuras complejas: madres, amantes, ausencias que dialogan con la voz poética desde distintos planos de la realidad:

Si resbalo a tus pies, cuando te veo
calzada con las últimas sandalias 
que le robaste al aire
o vistiendo por puro desafío
tus tacones violentos que convocan 
a los ángeles rotos de la noche,
es para distinguir las dos mujeres
que en tu cuerpo se ocultan.

Dos hembras diferentes, dos versiones
opuestas pero al fin complementarias,
continencia y lujuria, paz y guerra,
corazón de caricia y latigazo,
relámpago del sol sobre la nieve, 
así, ciego en tu luz, yo te deseo.

(Fragmento de "Dos mujeres")


Uno de los grandes logros del poemario es su capacidad para construir un puente entre el ser que fue —herido, curioso, a veces ciego— y el que será: más consciente, pero también más vulnerable. La poesía, en este sentido, se convierte en un espejo retrovisor, pero también en una brújula que apunta hacia la muerte:

Nada nuevo respira 
bajo la calma luna,
lo que debió nacer está en el mundo
y lo que no nació, nunca ha existido.

Amparado en la noche
hay un ser que se sabe, como otros,
herido de metralla por el tiempo,
que ha perdido soldados y batallas
y aguarda en la trinchera,
con las balas mojadas, la rendición final.

("Nada nuevo bajo la luna")

Con un estilo que oscila entre lo confesional y lo simbólico, el autor logra hacer de lo personal algo universal. Sus versos nos recuerdan que todos llevamos dentro un archivo de sombras, un mundo de fantasmas que, en algún momento, necesitamos revisar para seguir adelante. Mis fantasmas es, así, una obra luminosa en su oscuridad, y profundamente humana en su dolorosa honestidad.