La temática de este nuevo libro es diversa, pero el hilo
conductor es el recuerdo de la niñez y de la infancia y por extensión del paso
del tiempo. No olvidemos el poema que da título al libro: “Pero en la rama verde
de la infancia/-la que está más arriba, la que en la luz se mueve-/ canta el
jilguero”. Pero hay múltiples poemas que siguen esa línea, por ejemplo, el
poema que abre el libro: “Duración”: “Dentro de la leyenda del vivir, / que el
minucioso olvido/ desordena y desdice, / el sueño aquel primero/ de la niñez no
se ha desvanecido.
No son pocos los poemas que, como digo, aluden al recuerdo
infantil, también desde el recuerdo de la niñez de su propio hijo, como es el
caso del poema que lleva por título “En la mañana inmensa”: “Cuánto tiempo ha
pasado ya, hijo mío,/desde aquella mañana que dije en un poema/en el que se nos
ve a ti y a mí en la playa,/bañándonos alegres, entre risas,/ en un mar tibio y
quieto, bajo el sol estruendoso/y un cielo azul sin mácula. O el recuerdo
infantil con la madre como: “Date prisa”: “…Veo tu rostro, madre, en el
espejo./(Tengo seis años, o algo más tal vez;/mi padre ya ha salido de la
casa,/camino del trabajo.)/Me dices, date prisa, y me sonríes./Yo también te
sonrío en el cristal./Me pones el abrigo/y nos vamos corriendo hacia el
colegio./El niño confiado/que aparece contigo en estas líneas/te mira en el
espejo para siempre/y no sabe que un día morirás./Pero el que escribe ahora sí
lo sabe./Y conoció ese día.//
El poemario está plagado de poemas de la temática ya
esbozada, algunos títulos son: “Un huerto claro”, “Vía láctea”, “Reencuentro”…
Por lo que se refiere al tópico del “tempus fugit” hay
piezas de una belleza y una brillantez estilística encomiable, como “Entrar en
el silencio”, “Talismán”, “El hueco del instante”, “La abeja y la muerte”…
Mención especial merece, por otro lado, la temática amorosa,
encontramos diversos poemas abordados desde diversos prismas: la coincidencia
amorosa en “Algo que no es azar” (“Dejé mi casa y me adentré de lleno/en la
extensa mañana, en su luz nueva./Pudo no suceder, y sin embargo/la vida decidió
que ocurriría./Tú por tu lado, y por el mío yo/-sin presagios ningunos,
distraídos-,/, nos fuimos acercando hasta esa calle, una calle cualquiera. Y coincidimos/en
el instante aquel del universo”./). El amor más allá de la muerte, al estilo
quevedesco, aparece en “El abrazo” (“…A través de la tierra y la oscura
maraña/de intrincadas raíces te miro y tú me miras./Mezclados con el fuego, con
el agua y el barro/que nos acogen y nos purifican,/somos aire también, ensueño,
abrazo/que nunca termina.”/). “La hermosa hoguera”, por su parte, es una
especie de oda al sentimiento amoroso (“Hay que apartarse a veces del
amor/para, de lejos, verlo por entero…/). “La llama” ahonda en un amor que, aún
sin ser proferido, existe en los amantes (“Si yo te hubiera dicho;/si tú
hubieses oído…/Pero no pudo ser, no puede ser./Y tampoco es preciso/evidenciar
la llama, verla arder./). Otros poemas amorosos de bella singladura son, entre
otros: “Hablo aquí del comienzo” (en el que se cuenta cómo conoció a su mujer),
“Olor a junio” (en el que se alude a un antiguo amor), “Era septiembre”
(recuerdo de un amor de verano), etc.
El primero de ellos es “A unas moreras”, el cual alberga una
enorme sencillez expresiva, pues presenta una escena costumbrista, el poeta
pasea por su ciudad y su capacidad de observación hace que se detenga en el
estado de desnudez que tienen las moreras y cómo éstas tornarán a “estallar en
su prodigio”, el paso de las estaciones despierta la consciencia de decrepitud
del poeta.
“Nota” es otro de los poemas que, en este caso, se inicia
con la visión de una gaviota: "Cruza una gaviota solitaria/el cielo calmo y
limpio de esta tarde, /ya al filo de la noche". El desarrollo del poema hace que
la imagen adquiera hondura por los dos últimos versos: "Aquí abajo la noche va
cerrándose,/y yo me pierdo en mi melancolía".
“Pared con sol”: Esta pared con sol de mi terraza,/en su
avance seguro/hacia la plenitud del mediodía./
En estos primeros versos el poeta focaliza su atención en la
pared, su capacidad de observación permite que el poema adquiera cierto tono
intimista y, para acabar, introduce unos versos finales que coronan la
composición y acaban dándole un sentido pleno a la misma, el poeta redunda en
la idea calderoniana de si la vida es o no un sueño: Todo lo acato y me
concierne todo./Estoy hecho de mundo,/de siempres y de nuncas. Y me digo/ en un
instante lleno de tiempo inabarcable/si será cierta acaso/ tanta ebriedad
serena de existir,/o si morí algún día mientras soñaba alegre/el sueño de la
vida./
Siguiendo esta línea encontramos “Itinerario al caer la
tarde”, en el que encontramos trazos de lo cotidiano que sirven como excusa
para hablar de lo que trasciende, lo que nos rodea no es más que ornamento,
pero sirve para ahondar en lo concerniente al alma: No es espacio o contorno
con su adentro y sus límites;/ se trata de un vacío en que resuena todo/lo que
en tu vida entera sucedió,/ y aun así sólo se oye un gran silencio,/ un
silencio que arropa, que apacigua y redime.// Te abandonas allí, limpio de
daños./ Y comprendes sin más que has entrado en tu alma.//
“Atisbos” alude a la incertidumbre que supone el vivir y las
expectativas que se pueden llegar a generar, para ello el poeta anima a que
indaguemos en la realidad, a que seamos buenos observadores: Asómate al
misterio, siéntelo,/ y sin preguntas, luego,/ guarda en tu corazón lo que entreveas.//
En definitiva, Eloy Sánchez Rosillo, con su poesía, nos
anima a detenernos en aquello que pasa desapercibido, nos anima a la reflexión
a partir de la observación y a indagar en aquello que refulge cual arpa
becqueriana, por ello destaco, para terminar, estos versos de su poema “La casa
sosegada”: "Aguza bien tu oído. Escucha. Y sueña".
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